COMUNICACIÓN EN DIÁLOGO
La “música para encerar”, canciones como Maldita primavera, Gavilán o paloma o Corazón mágico, hacen vibrar a Ricardo Martínez Gamboa al punto de que este académico y doctorado en lingüística publicó en 2019, y con mucho éxito, un libro sobre lo que denominó “una historia sentimental de Latinoamérica”. Al mismo tiempo, se obsesionó a tal nivel con uno de los géneros más desconocidos de la música independiente, el indiepop, que viajó para “peregrinar” a sus lugares sagrados, como un festival en un pueblo perdido en el medio de Inglaterra. Y, por cierto, escribir un libro que acaba de lanzar.
En diálogo con La Nación, el también columnista y panelista de medios de comunicación reivindica, a partir de su propia experiencia, el poder emocional de la música.
¿Qué hace que gente conecte de una manera tan potente, incluso de forma obsesiva, con la música que le gusta, sus artistas? Como tú, hay personas que “peregrinan” a donde grabaron los Beatles (Abbey Road) o donde está la tumba de Jim Morrison (The Doors).
-La música es vital para las personas porque produce identidad y la sigue produciendo hoy día. Todos se pueden identificar con algún género. La gente que escucha reggaetón se corta el pelo o un pedazo de la ceja de una manera, se viste o habla de cierta forma. Como dice (la escritora argentina) Mariana Enríquez, crea identidad y fanaticada desde Franz Liszt en adelante. Eso también pasa en el indiepop. ¿Con qué diferencia? Que no es hecho desde una industria, sino que la propia gente se hace sus poleras de las bandas que les gustan o se compra unos pines en los mismos recitales donde los grupos ponen unas mesitas con merchandising. No vas a encontrar poleras de bandas indiepop en un mall.
¿Crees que la creación actual genera el mismo fervor que la de los referentes más clásicos de la música popular?
-Si bien hay artistas de trap chilenos que tienen millones de reproducciones o viene Karol G y llena el Estadio Nacional, es cierto que el impacto cultural de la música en esta época puede ser más atomizado. Hay géneros ultra populares como el k-pop, el trap o la propia Taylor Swift, pero no es una música que todo el mundo escuche. La gente de 40 o 50 años no tiene idea de qué se trata el trap, por ejemplo. Se ha perdido la universalidad en la música.
¿Por qué después de haber escrito un libro sobre uno de los géneros musicales más masivos -la balada romántica latinoamericana- publicas uno sobre uno de los más desconocidos?
-Simple: son los dos géneros musicales que más me gustan. Los clásicos AM me llegan en la niñez y el indiepop en la adultez, gracias a la época en que se descargaba música en formato mp3 y a partir de la banda Belle & Sebastian. Busqué referencias en Wikipedia y en sitios más específicos, con listas de bandas. Y así, de busquilla, llegué a escuchar bandas que no conoce casi nadie (como The Field Mice o The Sea Urchins).
¿Qué conexiones puede haber entre la balada romántica latinoamericana y el indiepop?
-De hecho, bandas indiepop han hecho covers e incluso hay, por ejemplo, un disco tributo iberoamericano a Jeanette (la intérprete de Porque te vas y Soy rebelde). Se revisita porque la balada tiene una cosa nostálgica, una conexión con el hogar y con las emociones más simples. Y una musicalidad que no es tan distinta.
Hay una idealización, una cosa media platónica con el pasado.
-Sí, totalmente.
MÚSICA PARA PERNOS
¿Cuál es la identidad del indiepop?
-Se basa en una cosa que se llama revolt into childhood, una identidad basada en la valoración de la inocencia de la infancia, en el atesoramiento de ciertos objetos, de los trenes, del deambular por la ciudad, con canciones que ponen en valor la impericia y que hablan de una experiencia cotidiana transformada por una sensibilidad particular, nostálgica. Como dice La Bien Querida, “todo el mundo tiene una infancia que resuena en las esquinas de su casa”. Y eso es el indiepop.
Esta idea de la música como refugio nostálgico, ¿no habla quizás de las dificultades de adaptarse al mundo adulto?
-Sí, yo creo que es una cosa que pasa. Efectivamente, al menos en la sensibilidad es eso.
El indiepop, con su inocencia y su mirada platónica, ¿pareciera estar como fuera de tiempo en una sociedad como esta, tan pornográfica en su acceso a todo tipo de estímulos y en su puesta en valor de la corporalidad?
-Claro, como I’m In love with a girl who doesn’t know I exist (de Another Sunny Day, 1992) o Hoy me has dicho hola por primera vez (de La Casa Azul, 2000). En el indiepop está lleno de canciones así.
¿Aún hay gente así?
-Creo que las personalidades no cambian tanto. En todas las generaciones hay jóvenes más pernos. En el libro de hecho hablo de los “pernos con onda”, que son retraídos, pero a la vez tienen harto carisma, un aura especial. A ese tipo de personas, que no han dejado de existir, no me las imagino conectando naturalmente con el hecho de escuchar trap. Por lo general, la gente oye música que sea más afín con su vida. Es lo que me pasaba a mí: cuando era joven, yo era el que no bailaba. Y el indiepop no baila, no tiene esa cosa corporal, pero no es tan cerebral tampoco, sino que es más del corazón. Y ese tipo de gente va a existir siempre. Por eso el indiepop vuelve una y otra vez. La sensibilidad que el indiepop cubre, no la cubren muchos otros estilos.
A propósito de sensibilidades, en el libro destacas al indiepop como un género musical inclusivo como pocos.
-El indiepop tiene que ver con las nuevas masculinidades que, hasta cierto punto, son más femeninas. La igualdad de género en la formación de las bandas se da de forma bien natural, no es intencionada como una cosa progre, a pesar de que finalmente termina siendo progresista tanto en la intención política como en el hacer. Hay muchas líderes femeninas, partiendo por Amelia Fletcher (Heavenly).
Un pequeño juego. ¿Cuál es el Beatle más indiepop?
-McCartney. Penny Lane es la canción más indiepop que hay. De hecho, el indiepop bebe de estilos como el chamber pop, el power pop o el jangle pop, que también exploraron los Beatles.
INDIEPOP A LA CHILENA
¿Cómo sería una persona indiepop en Chile?
-Sería una persona que se viste con muchos pines, con colores pasteles y ropa sacada del baúl de la abuela, que tiene una polera alusiva a Sarah Records o a algunas de sus bandas, que si es mujer ocupa una falda a cuadrilla y el pelo con todo tipo de moños.
El libro se detiene en bandas de los dos mil como Dënver y Les Ondes Martenot como referentes del indiepop chileno. Si buscamos más hacia atrás, ¿qué música chilena podría ser un antecedente?
-La canción Ayer de Los Santos Dumont o Mírame solo una vez, de Christianes, suenan como un perfecto indiepop. Quizás hay cosas de fines de los años sesenta y comienzos de los setenta, bandas como Los Mac´s o los Blops, y del mismo Eduardo Gatti, probablemente más en la música que en las letras, que en el indiepop son más inocentes, dulces y simples.
¿Mazapán?
-Claro. No sería raro que una banda indiepop haga en el futuro una versión de La vaquita loca o Una cuncuna amarilla.
COMUNICACIÓN EN DIÁLOGO es un espacio gestionado por Arturo Figueroa-Bustos, académico investigador de la Escuela de Periodismo de la Universidad Andrés Bello, Campus Creativo.
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